Más allá de la prueba objetiva

Las pruebas objetivas o exámenes escritos son seguramente la manera más común de obtener las notas en el sistema educativo nacional. Por décadas ha sido así, hasta tal punto que el término “hacer una evaluación” evoca indefectiblemente la imagen mental de una papeleta con preguntas para contestar individualmente, en un tiempo determinado y bajo estricta vigilancia.

Ciertamente, evaluar es “estimar los conocimientos, aptitudes y rendimiento de los alumnos/as” y, para tal fin, los exámenes tradicionales ya mencionados son de gran utilidad; pero evaluar es un proceso que no puede ni debe reducirse a las pruebas objetivas, por cuanto estas miden solo cierto tipo de habilidades y destrezas, dejando por fuera otras tantas igualmente importantes, además de que su tendencia general es enfocarse en el resultado final (evaluación sumativa) sin atender los procesos (evaluación formativa).

A la luz de las teorías educativas contemporáneas, desde hace varios años se han hecho importantes esfuerzos por diversificar las evaluaciones, procurando que se tomen en cuenta tanto los objetivos conceptuales como los procedimentales y actitudinales, así como las inteligencias múltiples de los y las estudiantes.

La reforma educativa de 1998 impulsada por el Ministerio de Educación, para la cual el Externado fue colegio piloto en el año previo, dio pasos importantes en esa dirección a nivel nacional, al menos en lo que fue un impulso inicial, y dentro del colegio se ha tenido un constante proceso de formación docente para conocer y aplicar metodologías adecuadas y diversas, para así superar los paradigmas antiguos (para referencia, ver el artículo “El Externado dos décadas después”).

Y no obstante las mejoras… aún nos falta mucho por hacer en este aspecto, tanto así que para lograrlo quizá haga falta una directriz más firme que la sola exhortación.

En ese espíritu, para 2015 todos los profesores y profesoras de secundaria (de 7° grado a 2° año de bachillerato) hemos recibido la siguiente indicación en cuanto a las cargas académicas: que las pruebas objetivas se ponderen, en su conjunto y como máximo, en un 50% de cada nota mensual.

Esto tendrá sin duda varias consecuencias, unas previsibles y otras quizá inesperadas, todas las cuales deberán ser observadas durante el proceso para analizarlas críticamente y hacer los ajustes necesarios.

Desde el lado de las dudas y los prejuicios, no faltarán las opiniones que dirán a la ligera que con este cambio se le hará “más fácil” la vida académica a los y las estudiantes, con el riesgo de “bajar la calidad” educativa que ha caracterizado al Externado de San José.

Personalmente, no creo que con esta norma -que viene acompañada de otras importantes adecuaciones de doctrina y actitud docente- la exigencia vaya a venir a menos: en primer lugar, porque las actividades que se les programan requieren de bastante atención, responsabilidad y esmero, valores fundamentales en la educación; en segundo lugar, porque la motivación del estudiante y la consiguiente calidad educativa que se logre no arraiga principalmente en la dificultad de una prueba escrita, sino en el trabajo cotidiano realizado tanto en el aula de clase como en otros espacios de desarrollo educativo con los que cuentan la institución y el propio estudiante.

Pese a estas y otras explicaciones que se den, todo cambio encuentra resistencia y seguramente habrá quienes insistirán en la importancia de los exámenes escritos: desde los mismos/as docentes hasta padres y madres de familia, así como exalumnos/as. Algo de razón tienen, pero incluso en este nuevo esquema, los adictos a las pruebas objetivas (incluyendo estudiantes, que también los y las hay) no deben mesarse los cabellos. Consideren esto: como el 70% de la nota del periodo se obtiene de las notas mensuales, la mitad -es decir, un 35% global- vendría de pruebas objetivas y el 30% restante se ganaría con el examen de periodo; esto significa que una materia que utilice los máximos permitidos por la institución podría obtener hasta un 65% de la nota de periodo a partir de varios de esos exámenes tradicionales a los que tanta fe se les tiene, lo cual no es un porcentaje nada despreciable ni mucho menos alarmante por lo escaso.

Por mi parte, confío en que la medida dará buenos resultados y creo que tendremos estudiantes con la misma excelencia, pero más motivados… y ojalá un poco menos estresados.

Por Rafael Francisco Góchez