Pedagogía del misterio de la Encarnación: recordar el nacimiento de Jesús “como si presente me hallase”. (EE 114)
El presente texto busca brindar pistas para hacer de la pronta navidad – o natividad que significa nacimiento – un espacio de encuentro y recuerdo donde se reconozca a Jesús de Nazaret como el verdadero regalo o motivo central de la misma celebración; aunque por experiencia cultural sabemos que permea la visión del santa Claus, los renos, la nieve y todos esos símbolos ajenos a nuestro paisito, una experiencia religiosamente híbrida.

El anterior domingo 30 de noviembre inició el tiempo litúrgico del adviento, que nos invita y motiva a preparar y disponer el corazón para recordar y celebrar el nacimiento de Jesús de Nazaret, revelación plena de Dios. Son cuatro domingos que nos preparan para la celebración del nacimiento de Jesús, calendarizado este año para el jueves 25 de diciembre. Un pesebre, una estrella, una familia, unos pastores, unos ángeles –entre otros– engalanan la escena cargada de hondo significado religioso.
El presente texto busca brindar pistas para hacer de la pronta navidad – o natividad que significa nacimiento – un espacio de encuentro y recuerdo donde se reconozca a Jesús de Nazaret como el verdadero regalo o motivo central de la misma celebración; aunque por experiencia cultural sabemos que permea la visión del santa Claus, los renos, la nieve y todos esos símbolos ajenos a nuestro paisito, una experiencia religiosamente híbrida. Tomaré tres símbolos del relato de Lc 2, 1 – 21: el establo – pesebre (pobreza que sitúa), la estrella (brújula que orienta) y los pastores (peregrinos que buscan), para proponer un breve significado navideño.
Cada nacimiento de un niño o niña son acontecimientos importantes que no pasan desapercibidos en la familia, actualmente: el baby shower, el gender reveal, el pensar en los respectivos nombres, dan a conocer que lo “previo” a la vida es importante. En el caso de Jesús de Nazaret no es diferente en relación a su venida: el ángel Gabriel lo anuncia (Lc 1, 26 – 38); Isabel confirma el gozo a María (Lc 1, 39 – 56), y en Mt 1, 18 – 23 José experimenta incertidumbre, miedo y confusión, siendo el ángel del Señor el que aclara el panorama futuro. En otras palabras: lo previo es sustancial y vital, tanto así que acontece a modo de recordar y despertar lo muchas veces anunciado por el profeta: “la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel”.
El establo – pesebre: pobreza que sitúa.
Toda vida es importante, independientemente de donde se nazca, es un regalo pues nadie pide venir al mundo, aunque esperar a un hijo o hija es una experiencia llena de gozo que emociona y vincula con los deseos más profundos de las personas, en muchos de los casos donde ser madre y padre es deseado y planificado. José y María vivieron su experiencia de familia desde los conflictos y preocupaciones en el contexto de la Nazaret antigua, ubicada en Galilea, zona norte de la Palestina del siglo I: pobreza, trabajos arduos, opresión romana, pero dentro del marco cultural de una vivencia honda y liberadora en el Dios de Israel, protagonista de una serie de importantes acontecimientos veterotestamentarios, que lo más seguro ellos conocían y recordaban.
El relato del nacimiento de Jesús es muy conocido en nuestra cultura occidental: se da en un establo, siendo su cuna el ya conocido pesebre, por “falta de lugar”. La hospitalidad fue negada a María y José, pero ello no obstaculiza que Dios haga su morada entre nosotros. El pesebre, además de lugar físico y contextual, se convierte en lugar de encuentro con Dios, un lugar epifánico: no encontramos a Dios en el lujo, en los placeres, en el despilfarro, en el derroche, en la bonanza; ya que él se deja encontrar en lo sencillo de la vida, siendo el punto de partida la familia y su realidad vital.
El establo – pesebre es un punto de inicio en la vida de Jesús, que se irá replicando en su día a día: vivirá como pobre, andará entre los pobres, defenderá a los pobres y morirá como pobre, inclusive son los pobres –representados en sus apóstoles– los que le reconocen resucitado. La pobreza es la senda que traza Dios para encontrarle y, como diría san Ignacio de Loyola, para que más le ame y le siga (EE 104). Desde ahí, diría san Pablo, Dios nos enriquece (2ª Cor. 8, 9). Lo anterior no debe movernos a la opción de “encontrar a Jesús nuevamente en el establo – pesebre”, en otras palabras, ser hospitalarios con necesidades de nuestro prójimo, convirtiéndose así en una “buena noticia” para todos.
La estrella: brújula que orienta.
Todos necesitamos un guía o un orientador para llegar al cumplimiento de una meta. En la espiritualidad ignaciana se habla del acompañante: testigo del caminar del ejercitante que ordena su vida en su propio ritmo. Ignacio de Loyola – poco a poco en su proceso de conversión después del acontecimiento de la bala de cañón – lo intuyó claramente: necesitamos de los demás, de otros, para realizarnos como personas, para encontrar nuestra plenitud en Dios que hace nuevas todas las cosas.
En el relato bíblico del nacimiento de Jesús, la estrella aparece como esa luz – guía que lleva a los sabios de oriente al encuentro con el hijo de María y José (Mt 2, 1 – 2), siendo esta la primera revelación de Jesús a personas no judías. Dios se muestra a todos los demás pueblos, representados en los ya conocidos reyes magos. En este caso, la estrella es el medio por el cual los sabios encuentran al niño. En otras palabras: para llegar al encuentro con Dios es necesario dejarse guiar, despojándose de la propia sabiduría, y como diría san Ignacio “gustando internamente” del trayecto o camino.
La estrella de Belén, como es popularmente llamada, nos recuerda que para llegar al encuentro con Dios necesitamos de medios, de personas, de experiencias, de signos, de nortes, de puntos de partida y de llegada. A los sabios de oriente la estrella les conduce en el camino, hasta posarse sobre el establo (Mt 2, 9). Probablemente, sin la ayuda de la estrella, encontrar al niño se hubiese vuelto más complejo. La estrella cumple su función: guiar hacia el encuentro con Jesús, donde los sabios – al verla posada en el establo – experimentan alegría (Mt 2, 10).
Los pastores: peregrinos que buscan.
La cultura palestina del siglo I fue influida por la vida agraria (cultivo de olivo, trigo y vid) y el oficio del pastoreo, pesca y de artesanos, entre otros. Palestina era una sociedad activa económicamente, paso estratégico de comerciantes y sus diversos productos, pero dominada por el imperio romano. En este punto, los pastores eran considerados trabajadores de baja categoría, y según el relato de Lc 2, 8 – 20, ellos son los primeros testigos y comunicadores del nacimiento de Jesús.
El papel de los pastores entrelaza la pobreza, como tema central del relato, y la comunicación de la buena noticia que el Mesías ya está presente en medio de ellos (Lc. 2, 11). El relato remarca la opción de Dios por los pobres porque – a través de Jesús – él nace, vive, crece, trabaja y muere como uno de ellos. Más tarde, la resurrección de Jesús podrá entenderse como la reivindicación del pobre anonadado por el sistema opresor.
Este texto nos ha de llamar a ser como los pastores que luego del anuncio del ángel, a pesar del miedo, van en busca de Jesús, y encontrándolo comunican a María y José lo dicho por el mensajero: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. De esta manera, el misterio de la Encarnación se vuelve camino y lugar para encontrar a Dios, haciendo vida lo dicho por san León Magno: “la pobreza del Verbo encarnado es nuestra riqueza”.
Escrito por: Nahum Ulín
Equipo de Pastoral 2025
