Durante mucho tiempo, participamos en una costumbre que año con año nos envuelve en el vaivén de un recuerdo que para muchos simboliza el inicio de una etapa de conversión. Sin embargo, me surge una pregunta: ¿realmente me convierto o simplemente reflexiono sobre lo que voy viviendo? Y más allá de eso, ¿para qué me sirve la Semana Santa? ¿Es solo una tradición que seguimos sin cuestionar o tiene un impacto real en nuestra vida diaria?
La premura de las actividades cotidianas nos absorbe tanto que olvidamos el verdadero significado de la Semana Santa. A veces, incluso pasamos por alto su inicio y no los culpo, ¿quién entre el ajetreo diario está pendiente de marcar este momento en el calendario? Vivimos en un mundo agitado que, desde la pandemia, cambió su rumbo. Ahora podemos despreocuparnos por no asistir a misa, pues siempre habrá una grabación disponible. También podemos pasar de largo las procesiones y los rituales que enmarcan esta celebración, como tantas otras cosas que dejamos pendientes.
La tecnología es otro factor que nos envuelve en la comodidad y nos aleja, poco a poco, de vivir el presente. Nos basta con revivir los momentos desde una pantalla, ya sea en la computadora o en el celular. Pero aquí es donde me invade una inquietud: ¿nos hemos olvidado del significado de la Semana Santa? ¿Ya no tenemos un momento para discernir sobre nuestra espiritualidad y nuestras acciones?
Como docente, me enfrento al dilema en donde, por un lado, las múltiples tareas de mi labor consumen mi tiempo y por otro, siento la necesidad de transmitir a mis estudiantes el valor de la reflexión en Semana Santa, lo que me lleva a pensar: ¿qué pasaría si mis estudiantes y yo nos alejáramos 24 horas de la tecnología para dedicar ese tiempo a contemplar el verdadero significado de esta celebración?
Entonces, me detengo en las imágenes de la vida de Jesús y veo a un hombre resiliente, paciente y bondadoso que, aun conociendo su destino, vivió y compartió con los demás. Me recuerda las historias que vivo cada día: el señor que veo en mi camino al colegio, la anécdota inusual que un estudiante me cuenta, los momentos cotidianos que, aunque a veces parecen triviales, dan sentido a la existencia misma.
Pienso en la última Cena de Jesús y en cómo compartió con sus seres más cercanos. Lo comparo con las veces que me siento a la mesa con mi familia, amigos, colegas o estudiantes y me asombra cómo estas situaciones me llevan a reflexionar sobre la Semana Santa. Y es que este tiempo no solo se trata de recordar un evento histórico y religioso, sino de inspeccionar dentro de nosotros mismos lo que hacemos y cómo vivimos.
Retomando la pregunta: ¿para qué me sirve la Semana Santa? Al analizar mi rutina, descubro que la Semana Santa me ofrece una pausa en medio del caos cotidiano. No se trata solo de recordar lo que sucedió hace siglos, sino de aplicar las enseñanzas de Jesús a mi propia vida. Me ayuda a reflexionar sobre mi camino, mis acciones, mis valores y mis relaciones.
Me sirve para evaluar cuán presente está el amor y la empatía en mi vida. Para preguntarme si realmente vivo con el propósito de ayudar a los demás o si, por el contrario, estoy sumida en la rutina sin darme cuenta de las oportunidades que tengo para hacer el bien. Me hace cuestionar cuánto tiempo dedico a la espiritualidad y cuánto invierto en cosas triviales.
La vida de Jesús no es tan distinta de la nuestra. Sus acciones nos invitan a seguir su ejemplo, pero somos nosotros quienes nos alejamos de ese ideal. A menudo decimos: «Tengo tantas cosas que hacer que el tiempo no me alcanza.» Sin embargo, encontramos tiempo para revisar redes sociales virtuales, ver videos graciosos o hacer llamadas, pero ¿por qué no dedicar al menos quince minutos al día para reflexionar sobre su vida?
No se trata de apartarnos del mundo ni de renunciar a la tecnología, sino de darle un espacio a la introspección. La Semana Santa me sirve para recordar que no soy solo una espectadora de la vida, sino una participante activa que tiene el poder de decidir cómo vivir e influir positivamente en la vida de los demás.
Sé que estas fechas pueden hacernos sentir nostálgicos y creer que por ello recordamos la Semana Santa, pero no es suficiente. La vida nos pone constantemente en situaciones donde podemos vivir según el ejemplo de Jesús, pero es en este tiempo del año cuando esa reflexión cobra más fuerza.
No permitamos que las preocupaciones del día a día gobiernen nuestra esencia. Tomemos el control de nuestra sensibilidad y pongamos nuestro ser en disposición de recibir a Jesús. Seamos amor y paz para nosotros mismos, seamos espíritu fraterno para los demás. Que nuestro ejemplo no se limite a ceremonias conmemorativas, sino que refleje una fe activa y consciente, que perdona, ama y comparte, tal como lo hizo Jesús en cada historia que hoy nos llena de enseñanza.
Ahora bien, respondiendo mi pregunta inicial: la Semana Santa me sirve para detenerme, para mirar hacia dentro, para recordar que hay un propósito más grande que la rutina diaria. Me ayuda a renovar la esperanza en un mundo más humano, más solidario y amoroso. Es un recordatorio de que el tiempo es valioso y que vale la pena invertirlo en lo que realmente importa: en las personas, en los valores, en la fe y en el amor.
Fátima Ordóñez
Docente de Lenguaje y Literatura