Cada 3 de mayo, en nuestro país, se celebra el Día de la Cruz, una festividad con un fuerte componente cultural y religioso, basada en tradiciones ancestrales que marcan el inicio de la época lluviosa y la siembra del maíz. Esta fecha representa no solo un acto de fe, sino también una expresión de respeto hacia la naturaleza, especialmente hacia ciertas especies de árboles y frutos que, por generaciones, han acompañado la tradición.
Uno de los elementos más representativos es la cruz, elaborada con ramas del árbol de “jiote” (Bursera simaruba), un representante de la familia Burseraceae, que comprende alrededor de 650 especies, de las cuales 295 pertenecen al continente americano.
Elegir esta especie para la celebración no ha sido algo fortuito, sino totalmente planificado, pues posee dos características particulares: su corteza rojiza, que se desprende con facilidad, y su alta capacidad de regeneración. Ambas características tienen una carga simbólica especial: la corteza desprendida recuerda el sacrificio de Cristo y la cruz renacida representa la vida que se renueva.
La cruz se decora con frutas, generalmente de temporada, como un acto de gratitud a la tierra por su generosidad. Entre las frutas que hoy en día se utilizan comúnmente encontramos jocotes, mangos, nances, marañones, zapotes y papayas. Estas frutas no solo aportan colorido, sino que también están profundamente ligadas al calendario agrícola del país.
En tiempos pasados también se incluían frutas que hoy son menos comunes, como anonas, caimitos, zunzas, sincuyas, paternas, cujines, nísperos, coyoles y mamones. Muchas de estas frutas, hoy olvidadas, forman parte de la biodiversidad local y en el pasado eran incluso cultivadas en los patios de los hogares salvadoreños. Sin embargo, en la actualidad han sido desplazadas debido al cambio en los hábitos de consumo y producción del país, así como por la reducción significativa de la cobertura vegetal y la pérdida de biodiversidad. Actualmente, son las frutas importadas o no nativas las que predominan en la celebración.
En un mundo cada vez más afectado por la crisis climática, el Día de la Cruz ofrece una oportunidad única para reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza, la historia de nuestros ancestros y nuestro papel como protectores y transmisores de las tradiciones propias de nuestra fe. Nos permite concientizarnos de que no se trata solo de una celebración religiosa más, sino de un momento en el que la espiritualidad, la cultura y la ecología se entrelazan en una sola expresión.
El árbol de jiote, las frutas de temporada y la decoración de la cruz son símbolos de una relación respetuosa y agradecida con la naturaleza, un recordatorio poderoso de que cuidar la tierra, nuestra casa común, también es un acto de fe y amor por nuestra identidad.
Departamento de Ciencias